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domingo, 7 de junio de 2015

"...Mientras el tiempo cierra su abanico,y no hay nada detrás de sus imágenes".                                                                     (Octavio Paz, Piedra de sol)

Codorníu me lleva por callejuelas vacías, donde nadie puso ni pondrá una placa en memoria de la atención. El tiempo corre los cortinajes de los escaparates  y los oculta a nuestro paso aceleradamente. Se nos está haciendo tarde para moldear el barro blando de la compasión, tarde para rescatar la flexibilidad de existir sin pisarse; tarde para vibrar con la emoción de levantar muy altas las viejas vasijas de barro del chamán boliviano, que a cada instante juega su particular final de Champions con la muerte ilusoria. 

Desde Lavapiés cuesta bastante ver Cádiz a lo lejos. Cádiz o La Coruña.  

Los mejores tesoros los desentierra el tiempo lineal por sorpresa y los pone ante nuestras narices. De esa manera, aparecen los días: chapoteando sobre un amanecer plateado y tranquilo. Lavapiés es muy agradecido: nunca te deja a oscuras con lo tuyo, siempre te explica lo incomprensible del dolor cuando abruma. Arriba, en el horizonte de una calle empinada, hay un trocito de todos que hoy podría simbolizar el Cervantes Juan Gelman. 


En pos de aquellos tiempos añorados, acabamos en fila india haciendo funambulismo por la raya que separa los dos azules. Al atardecer, Codorníu despierta soñando con el mar tal cual lo dejé boca arriba sobre uno de los bancos de piedra de la plaza: el corazón abierto sobre el pecho, salpicado de chorretones por la blancura del salitre reseco. 

Codorníu lo recoge hacia adentro con delicadeza; tiene el detalle de cuidarlo pacientemente hasta que puedo ayudarle (soñando que le ayudo) de nuevo. Con los ojos desencolados por el llanto y la amargura de no poder cambiar el mundo, recojo su libro con manos temblorosas; con mimo para no perder un calendario del Dépor de cuando estaba en tercera, que hace de marcapáginas.

Por encima de su hombro, leo un subrayado: «Y ahora que nada soy, soy pues el hombre». Palabras de Sófocles, que saltan del papel-corazón y vuelan hasta mis ojos empañados...

Ahora, Codorníu, te las pongo al oído; tu corazón, como una caracola, reproduce, alternativamente, latidos y silencios.

2 comentarios :

  1. Que prendada me quedo cada vez que te leo.
    Quiero escribir como tuuuuu.
    Besitoss muchos para empezar la semana

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  2. Las letras revolotean como copos y terminan posándose sobre el blanco.
    No sé si yo tengo mucho que ver, jaja.
    Lo observo, eso es todo.
    Muchas gracias, Inma.
    Besos.

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