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sábado, 11 de julio de 2015

Al mirarte en el espejo,
forma y reflejo se contemplan.
Tú no eres el reflejo;
pero, ciertamente, el reflejo   eres  tú.
               (Tozan  807-869)

Un día se lo leí a Lacan: «Lo externo son meras proyecciones». Sin querer he saltado la raya de nuevo; otra vez el brinco hacia el pasado, desandando la espumosa vereda que se cerró tras la barca de la juventud. 

Ya en la orilla, en brazos de mis sueños, vas tú, Mikael, recorriendo la curva que forma el mar azul contra la arena blanca. Poco después, despiertas destemplado en la playa; te quedaste dormido, el sol ya no calienta: para un adolescente todo es desasosiego. 

Mientras pude, mientras me dejaste, te llevé una tumbona y te sugerí la siesta entre las dunas. Intento no perder nunca el gesto, a pesar de tus gritos; a pesar de ese mundo rígido de las formas. Aún ahora, cuando sientes algo de frío y te incorporas, empiezo a soñar que froto tus hombros con mis manos. ¿Cómo hacerte llegar el más pequeño, tierno y amable de los detalles?  

Sueño que todo a tu alrededor está envuelto por esa luz especial que suaviza los perfiles y toca los colores con esos tonos pálidos y pacíficos, tan resultones para la fotografía. 

Dejo que oigas mis pasos; también tenues, como los tonos. Te vuelves. El mar queda a la espalda. Levantas la cabeza... 

Nadie. 

Y es que no hay nadie, Mikael. A veces se oye fuera y es dentro. Rectifico: siempre es dentro. O mejor: no existe eso de afuera y adentro. Te he contado mil veces que también le susurro esta verdad a Codorníu... 

Otra cosa es que no encuentre el camino para que la hagáis vuestra. Y esa es mi pena.

, Cartas a Mikael.

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