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viernes, 14 de julio de 2017

"Cuando llueve, 
el espantapájaros
parece humano".
    (Natsume Seibi, 1761–1814

Soy una sensación muy ligera, muy sutil, que hay en los adentros del corazón de Codorníu. Una certeza que pasa por alto, hasta que llevo su atención de la mano mientras aguarda otro tren junto a las vías:  

¿Alguna vez has sentido que existes? ¿Cómo haces para sentir que estás vivo? -le pregunté esa mañana para hacerle menos larga la espera en los andenes- Porque estoy segura que sientes los picores, el calor, un dolor de estómago, un orgasmo, una contractura...   

- No hago nada, porque no se necesita hacer nada -soltó enseguida su mente conceptual-. Estar consciente de ser es algo natural. 

- Te lo preguntaré de otra manera para que no te vayas por las ramas - le dije bajo el paraguas-. Es obvio que existes, pero, ¿cómo haces para saber que estás sintiendo que existes? ¿En qué parte del cuerpo lo sientes?

- Lo sé sin necesidad de hacer nada -me respondió con rapidez-. Es una experiencia escurridiza... algo que se pasa por alto... que se da por supuesto. Puede que sentir que estás vivo y que lo sabes sea como haber nacido pez y estar rodeado de agua. 

- ¡Cuando no estás atento no sabes que existes! -le interrumpí enfadada por tantas lecturas de caballerías orientales que le tienen caliente la sesera-  Eres una versión china de don Quijote.  Un charlatán de feria -le dije.

No le gustó esto, porque quedaba en evidencia lo prestado de sus palabras. Medio noqueado, aproveché para mirar de reojo el libro que llevaba para leer en el tren. En una página que pude ver al azar, le subrayé estas líneas: «Soy, siempre que que soy».

Le seguí hasta que subió al vagón y decidí aguardar a que estuviera sentado cómodamente. Tenía un plan para ese momento de apacible estabilidad. Había pensado susurrarle«Eres un ser consciente, un testigo experimentando apariencias y nada más que apariencias. ¡Siéntelo!». Pero el vagón iba repleto y todo fue inútil: iba de pie, apretujado como sardinas en lata y toda su atención se perdía en las molestias del momento. 

Hasta llegar a Atocha, los pensamientos de Codorníu fueron recogiendo del andén los diferentes "yoes" sin saber cómo desfragmentarlos. No hay prisa. Este tiempo ilusorio se disuelve como azucarillos en un vaso de agua. De hecho es un mero delirio. 

Dejaré que me encuentre, y lo veremos juntos no tardando.

domingo, 18 de junio de 2017

"Cuando a un niño le enseñas que un pájaro se llama 'pájaro', el niño no volverá a ver el pájaro nunca más". 
               (J. Krishnamurti)
                          
Aunque me consta que tiene fe en mí y sabe que nunca encontrará nada aparte, Codorníu aún sigue las huellas de esa persona imaginaria que aparece tan vívida y real en su experiencia. Hace tiempo le insistí que su mente ha de aceptar que nada existe y llegar al punto de la completa comprensión de este mundo como ilusiorio. Tendrá que ir aceptando el hecho de que ese-que-cree-ser tan solo es un pensamiento, y que el que está de más en la escena real es él.

«Enfócate en la consciencia más que en su contenido, y deja de buscar al Ser donde no está», le hago llegar a Codorníu a través de un libro que ha hojeado en una caseta de la cuesta Moyano; un ejemplar viejo, de segunda mano, lleno de subrayados. 

Me gustaría poder sacudirle por las solapas y decirle: Deja de imaginarte que haces esto o lo otro, y que eres esto o lo otro. Sé sin forma y sin nombre. Cualquier cosa que va y viene es irreal, no le des más vueltas. Lo que tanto buscas ya está aquí, claro y presente. 

Pero al final, siento que eso de "ser sin forma y sin nombre" no puede realizarse de la noche a la mañana; así que, bajo un tono y le susurro algo más fácil de entender:

- ...Aquí, de este lado, hay lo que hay; aunque uno no quiera. Y no hay lo que no hay; aunque uno lo desee con vehemencia. 

Codorníu comprende con claridad que al ser conscientes de un objeto somos conscientes de la consciencia que lo da a conocer. Eso lo tiene claro. La consciencia no es un testigo sin más sino también la sustancia de todo lo que aparece en Ella.  La sustancia de cualquier reflejo es el espejo.

Lamentablemente, esa sabiduría no pasa de la "cabeza" y, por tanto, le abandona en cuanto se descuida. 

martes, 6 de junio de 2017

El hombre no tiene un yo individual. En su lugar hay centenares y miles de pequeños yoes separados, a menudo totalmente desconocidos entre sí, nunca en contacto -al contrario-, hostiles entre ellos, mutuamente excluyentes e incompatibles. Cada minuto, a cada momento, el hombre dice y piensa “yo” y cada vez ese yo es diferente.
(G. I. Gurdjieff) 

No hay nadie, Codorníu. Ni fuera ni dentro. Lo que hay detrás de ese yo que crees ser se encuentra tan fragmentado que, en rigor, se tendría que hablar de una infinita colección de conexiones o programas aprendidos; papeles y subpapeles listos para reaccionar ante un estímulo. En el fondo, se trata de una comuna anarquista perfecta, donde nadie se apunta lo que hace, y nada se queda sin hacer, por lo que todo esfuerzo es realmente impulsado sin tu permiso.

Esto parece ser un trágala demasiado fuerte para una mente lógico-conceptual (el cerebro frontal dotado por la naturaleza para evolucionar), que al no ver un solo sujeto detrás de estas acciones, permanentemente piensa: 

- Aquí falta algo.

Y como para el citado "departamento de pensamientos" crear conceptos es lo más fácil del mundo, no se le ocurre otra solución que deducir una imagen mental que asuma el papel de erigirse en el hacedor de todas las idas y venidas propias de los patrones reactivos. 

Este ilusorio hacedor es lo-que-tú-crees-ser, Codorníu, un sólido "coordinador" de todos esos procesos, un mero concepto al que le ponen una gorra y un pito y le nombran general; aunque, en realidad, ese yo sea lo más parecido a un espantapájaros que se me ocurre. Tan similares son ambas imágenes, que -desde lejos, sin una atenta observación- fingen existir a la perfección.

Así que, donde no hay (ni es necesario que haya) el más mínimo responsable de los hechos, nos encontramos a cada paso ante el depositario -y ahí comienza el lío- de la culpa y el miedo, por estar convencido de que todo tiene que ver con él; tanto lo que cree que hace, como lo que cree que recibe.

Sentirás mucha paz en el mismo momento que te atrevas a reír a carcajadas de lo que parece sucederle a este tal Codorníu. De forma que sabiendo todo esto, tienes que "hacerlo" lo mejor que puedas; sabiendo que no puedes hacer nada, y que tu voluntad es mera ilusión. 

Prueba, prueba...

lunes, 3 de abril de 2017

"Nuestra visión y contemplación viaja al espejo. Ve y contempla lo que allí ve y contempla, y vuelve de regreso a nosotros. Entonces el ignorante se dice… “Yo soy eso que estoy viendo”. Mientras el sabio se dice… “Yo soy el que ve eso que estoy viendo. Estarlo viendo me hace saber que yo soy; pero yo no soy lo que estoy viendo”.                                                   (Pedro Rodea, El libro del espejo)


El mundo dejó de apretar a Codorníu, lo que aproveché para asomarme al otro lado del cristal, cuando -el muy cotilla- ojeaba una forma bonita de mujer. La mirada bastó para engancharle durante unos minutos, lo que aproveché para decirle que buscase aquello que nunca ha dejado de estar presente en su experiencia, aquello que nunca cambia. Fíjate, le dije a través del vaho, en ese "Conocer" que atestigua todas tus experiencias. Mira todo lo que viene y va en ti, y suéltalo porque nada de eso eres tú.

No te apropies de ese "Conocer", no dejes que tu mente piense que poner luz en la experiencia es una función del cerebro. No creas al Codorníu que te dice al oído que "tenemos una consciencia particular para cada uno". El "Conocer" no está embotellado en un cuerpo individual, por más obvio que parezca. Este error viene de la costumbre de creerse un cuerpo en un mundo proyectado por la mente. Ese "Conocer" -que aparece en el cuerpo- es al revés: toda la película del mundo (tu cuerpo incluido) es conocida por la consciencia, sin cuyo soporte nada "existiría" como reflejo; aunque sin este último, la consciencia no sería consciente de sí misma.

No es necesario dar las luces de la sala ni parar la proyección para "intuir" la presencia de la pantalla. No hay problema en que siga pasando la película; basta con que cada vez le des menos importancia tanto a las imágenes como a las acciones que ocurren.

Y, por último, no olvides que como consciencia -tu verdadera identidad- siempre estás presente, sin esfuerzo...
  
En realidad, tu verdadera identidad es la Consciencia de un bebé: Consciencia eternamente existiendo sin tener consciencia de su existencia; consciencia que, más adelante, pasará por una fase de ilusoriedad transitoria al identificarse con un cuerpo. 
Tan lejos del personaje que crees ser. 
Y, a la vez, tan cerca.

miércoles, 15 de febrero de 2017



La paradoja de toda práctica espiritual es esta: Debemos hacerla para "ver" que no estamos "haciéndola".

Codorníu no quiere soltar su aparente existencia como individuo, verdadera causa del sufrimiento. Tal creencia proyecta en su mundo externo la ilusión de que es un cuerpo, separado del resto. Esa poderosa ofuscación tiene raíces profundas en niveles de la mente que serían de imposible acceso sin mi ayuda.

Estos días no coincidimos por Madrid y me tengo que conformar con enviarle pensamientos cuando baja la guardia en alguna práctica dirigida a “parar” la mente conceptual. Solo entonces puede ser consciente de la pantalla (o el espejo) que subyace detrás. 

- No hay consciencia individual en ningún personaje que aparece separado en este sueño del mundo –susurro más allá de su oído-. Tampoco en ti, en ninguno. Pero hay una conciencia común, única y completa, detrás de todos los personajes, detrás de toda la película globalmente considerada.  

Mira detrás.

El caso de la pantalla o el espejo me han funcionado muy bien como metáforas ejemplares. A veces pienso que está a un clic de conseguir apartar los velos que le engañan; sin embargo, más de una vez se ha quedado embelesado mirando el dedo que señala a la Luna, y de ahí no pasa. El otro día le advertí que los ejemplos son de mucha ayuda, siempre que no se quedase enganchado.

- En este camino de ir abriéndose paso entre tanta oscuridad, solo una palmatoria auténtica nos guía: la atención. Gracias a ella, quedarán en evidencia cientos de acciones sin sujeto. Cuantas menos de estas te pierdas, mejor. Son vagones que has de ir desenganchando de la máquina -ese yo permanente que crees ser-, hasta dejarla sola y sin sentido. No basta con comprender intelectualmente que tal yo permanente no es más que una alucinación: hay que "ver" que no hace nada, que no tira de nada. 

Pero con solo deducirlo no basta. 

Defiende con uñas y dientes la credibilidad de su existencia como si fuera verdaderamente real. Para ello cuenta con un montaje muy potente, su identificación con el cuerpo. 

Esa es la última baza a la que se aferra permanentemente.
 

jueves, 2 de febrero de 2017

Me instalé en el Monte Tiantai, nadie me cuida. Ya no ocupan mi mente pensamientos vanos. Más libre que las rocas donde escribo versos, me doy, cual barco sin amarras, a los hados.
                                       Han Shan (siglo IX)

Pasaron quince días desde aquel encuentro en el Retiro; pero fue suficiente tiempo de espera. Una mañana, puse un programa en el buzón de Codorníu para remover viejos placeres intelectuales. Al domingo siguiente hacía cola ante El Prado para disfrutar de una reciente muestra de Metapintura.

Aguardé a que llegase delante del retrato de Jovellanos, de Goya, para hacerme la encontradiza; a partir de ahí, caminamos juntos por las salas. Todo lo que vimos, le sobrecogía; sobre todo la fuerza que emanaba de las imágenes religiosas de Murillo. Aunque también noté que "se le fue la olla" ante la escultura de Palas y Aracne, de Rubens...

Desde el primer momento, mi meta fue ponerle ante las Meninas, donde iniciamos una reflexión acerca del papel desempeñado por el cuadro dentro del cuadro que, algún arquetipo, siglos ha, debió "soplar" -con fines similares a los míos- al oído del artista. A Codorníu le conmovió enseguida el intento de Velázquez por trascender el espacio pictórico a fin de perpetuarse en su ausencia, cuando solo el espectador tuviera la oportunidad de estar presente. 

- En su sed de eternidad, don Diego se desdobla y deja algo de él en tierra de nadie. Se puede decir -añadió Codorníu-, que es una manera "sui géneris" de estar y no estar en el tiempo. Yo creo que...

- Así andas tú, más o menos -le corté bruscamente-, jugando a tratar de estar con un pie en el teatro (queriendo gozar de identidad propia, aunque sin sus amargas consecuencias) y con otro en el Cielo, deseando gozar plenamente de paz; si bien no tanto como para que se difumine tu conciencia de individualidad. Es decir, quieres mantener tu yo permanente y separado, pero eliminando el sufrimiento; sin comprender que tal entidad individual y la carencia de paz van inseprablemente de la mano. 

Tarde o temprano verás que ese camino no tiene salida.

Sentí su desasosiego por mi comentario, e hice una pausa más que intencionada. Como Velázquez, también Codorníu estaba intentando volver posible lo imposible. Entender intelectualmente que la persona es ilusoria no logra pasar de la cabeza a la realidad, ya que eso significaría su fin. Por decirlo en metáforas zen: Aunque ya ha visto las huellas del buey, no termina de dar con una manera directa y eficaz de encontrarlo. Una mera deducción a nivel del córtex no es suficiente empujón para cambiar creencias en el bosque profundo del subconsciente...  De hecho, no es frecuente que así suceda. Esa clase de comprensión está destinada a morir pataleando boca arriba como las cochinillas o corneando en una plaza de toros,  agotada contra su propia sombra.  Por eso le dije:
 
- Actúa con toda tu alma como si hubiera algo que puedas hacer, a pesar de que no hay nada que puedas hacer. Cuando te desplomes fracasado, rendido y entregado; convencido de lo inútil que es albergar toda esperanza de que logres algo por ti mismo... entonces -y solo entonces- estarás dejando sitio a la Presencia permanente del espejo vacío, libre de toda forma personal separada que osaba embotellarla. 

En Tal realidad ya no caben sueños ni espejismos; solo una gozosa e indivisible Paz, a cuyo paso florece todo lo que fue marchitado por una realidad meramente representada.

martes, 3 de enero de 2017


La proyección da lugar a la percepción. Esta última es un resultado, no una causa; un espejo, no un hecho. Y lo que contemplas es tu propio estado de ánimo reflejado afuera
                                            (UCDM)
Mientras estés buscando, nunca lo encontrarás –le susurré a Chumpéter aquella noche de Reyes, cuando bailábamos en una de las últimas fiestas que hicieron los empleados de banca–, porque es el mismo ego el que trata de escapar del ego.
      Aunque no era el momento, y no me hizo ni puñetero caso, insistí:  
Siempre estamos eludiendo ser lo que ya somos; por eso en lo externo nos proyectamos como una persona separada, existente y real, cuando lo cierto es que somos una apariencia mental que se busca de manera inútil, visionando cada día la película "El mundo", entre cuyos "papeles" no podrá encontrarse jamás. Mejor boicot, imposible.
     La memoria me transporta a un salón de baile, al final de la calle Toledo, próximo a la glorieta, que, antes de ser un solar donde están construyendo ahora un bloque de apartamentos, fue uno de los mayores cines del barrio en los años sesenta. Ya ha llovido lo suyo; aunque me parezca que estoy entrando por la puerta según escribo y lo recuerde tal como era.
– Piénsalo –pude continuar en el descanso de unos besos con estrabismo tras el enésimo havana con limón–. No encontramos quiénes somos, porque estamos buscándonos.  ¡Lástima de vueltas y más vueltas! ¡Tú eres lo que buscas! O para hablar más concretamente: la búsqueda misma.
– Visto así, parece un callejón sin salida –me comentó–. Si lo que dices fuese cierto, implicaría que lo que percibimos no son formas físicas, sino imágenes mentales. Admito que la consciencia crea ser el cuerpo, porque es lo primero que aparece ante ella y a lo que tiene que agarrarse para evitar el mareo de eso que llamas "vacuidad". Imagínate el sinsentido y la angustia de un espejo vacío.
– Como concepto, quedaría roto –le dije, aplaudiendo–. Como yo, que también estoy rota de lo incrédulo que eres añadí, cansada, mientras me ponía en pie–. Mañana me voy de Madrid.
     Esa fue la última conversación que tuve con Chumpéter. Por aquel entonces, mi vieja historia personal se iba apartando ya de su lado, entregada mi mente a la certeza de existir sin identidad, al conocimiento de estar presente y presenciando. Necesitaba poner tierra por medio en esta relación que mantenía con él, ya que reforzaba la ilusión de vivir en una forma física. Fue una renuncia necesaria por deseada, sin apenas sufrimiento por mi parte. Por aquel entonces, ya tenía claro que cada ser no posee una consciencia para él solo; se trata de la misma consciencia asumiendo innumerables formas.
    Al día siguiente volví de regreso a Santiago. Durante mi "casual" estancia universitaria, logré despojarme de lo que pude, conforme a las circunstancias que tuve. Sucedió todo despacio, muy despacio; como una destilación... Nunca agradeceré lo suficiente el detalle del guionista al encargarme la tarea cuidadosa de ir ayudando a desvestir el ego de Codorníu (como antes hiciera con el mío), sin romper bruscamente su sueño de cristal.
     Después de mi despedida a la francesa, Codorníu se marchó también de Galicia. “Si algún día te vas, déjame que te espere; aunque no vuelvas”, me dijo en uno de sus últimos encoñamientos. Pero, unos meses más tarde, abandonada toda esperanza, regresó y se instaló en Lavapiés, un barrio del que yo no paré de hablar en Santiago dejándole miguitas de pan como a Pulgarcito. Supongo que lo haría por eso, ¿acaso tenía otra pista para recuperar mi rastro de nuevo? 
    Su estado de ánimo me conmovió y un domingo me hice la encontradiza por el Retiro en la cola del alquiler de las barcas. Era una bonita mañana de invierno, clara y no tan fría para ser de enero. Varias veces se quedó en blanco viendo cómo la gente disfrutaba despatarrada al sol por las escaleras del monumento ecuestre a Alfonso XII. Tras uno de esos instantes de éxtasis, le dije:
– Lo que percibimos no son formas físicas, sino reflejos mentales. Por más que los veas o los fotografíes, no hay cuerpos aquí. Si los ves es cosa tuya, y no porque estén. Los cuerpos, las formas, no existen de la manera en que aparecen. A ti, que te pone todavía la cuestión social, te costará admitir que todas las imágenes del mundo están ya rodadas, y no podemos cambiar lo que ya acabó.