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martes, 13 de enero de 2015


Quieta  la  mente,
en  el  bosque  profundo 
gotea el agua.
      Hôsha (1885-1954)

La especial relación con Chumpéter y Codorníu llegó más allá de lo que había descontado al principio. Sin embargo, también a lo nuestro se le acabó su tiempo de cerezas y dejamos de significar para el otro lo que este mundo de apariencias fabricó cuando nos conocimos. Por aquel entonces, dos maneras de sentir la vida se corneaban dentro de mí, pugnando por romper la inercia de lo que nos habían dejado ser para dar paso a lo que realmente somos cuando intuimos que no hacemos nada.

Mi vieja identidad giró poniendo rumbo a la certeza de existir, al conocimiento de estar viva. Por el camino, se fue despojando de todo lo que pudo. Despacio, muy despacio; por goteo... como dice el hayku del inicio. El sufrimiento kármico iba llegando regular e inexorable; aunque siempre recurrente en cuanto a la temática. Yo utilizaba parte de estos materiales inestimables, fruto de causas y condiciones, si bien es cierto que no podía con todos. Tras décadas de incontables repeticiones, todavía hoy me batanean los vientos en su empeño de asomarme a los acantilados de la transparencia. 

Nunca agradeceré lo suficiente la delicadeza del guionista en el empeño cuidadoso de ir desvistiendo mi ego sin romper su sueño de rocío. Por aquel entonces, cada vez que leía el poema "Los heraldos negros" de César Vallejo, me reafirmaba en la idea de que no se aprende nada si el dolor es tanto que impide mirarlo cara a cara. Esta posibilidad me aterra, porque yo ya había aprendido que el camino pasaba por mirar. 

Con ninguno de los dos conseguí hablar de estas fraguas internas, era obvio que funcionábamos en distintas profundidades de conciencia; sin embargo, no me cabe ninguna duda que, aunque no pudimos reunir un denominador común para comunicarnos nuestras experiencias filosóficas, lo hicimos a otros niveles más sutiles -como meras presencias conscientes- donde estuvimos y estamos viviendo en una completa sintonía desde el verdadero lado real, donde todo es continuo e interdependiente.

Saleta.

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